Las nubes toldaban
la escasa luz que proporcionaba la luna en cuarto creciente.
Tres amigos andaban por el monte,
dispuestos a hacer noche a pesar de la prohibición de acampar en el parque
natural. Sus dieciocho años apelaban a la negligencia y al desafío a la
autoridad. Se habían propuesto dormitar en medio de la vaguada que daba acceso
al Salto del Cabrero, perteneciente a la localidad de Benaocaz, en plena serranía.
Eran las diez de la noche y llegaron
a un pequeño saliente de la vaguada, el cual al estar elevado, los protegería
de la riada que pudiera producirse en caso de lluvias.
-
Mañana coronaremos el salto del cabrero y
veremos el amanecer – decía Jesús a sus dos amigos, Andrés y Miguel, mientras
desplegaban la tienda de campaña.
Lo que ignoraban es que, a veces,
las leyendas son mucho más cercanas de lo que parecen. Las circunstancias psicológicas,
en un entorno propicio, pueden despertar lo más oscuro de la personalidad del
ser humano.
Jesús narraba a sus amigos la
historia del cabrero que huía del diablo porque le prometió su alma si conseguía
el amor de una mujer. Una vez cumplida la promesa, el diablo vino a cobrarse su
deuda, a lo que el cabrero no accedió a su pago. Este lo persiguió por la
montaña hasta que llegaron a un risco y, en un acto de fe incontrolable, el
cabrero pegó un salto increíble salvando la caída, y el diablo con sus bajos
instintos, sucumbió y cayó al cortado, despeñándose. Cuenta la leyenda,
continuó narrando Jesús, que el diablo prometió volver a cobrarse su deuda con los descendientes del cabrero.
Los amigos una vez escuchada la
historia pensaron en lo rocambolesco de la misma y decidieron irse a dormir
para levantarse al día siguiente antes del amanecer. Andrés antes de cerrar sus
ojos formuló una pregunta:
-
¿Y si alguno de nosotros fuéramos descendientes
del cabrero?
Eran las dos de la madrugada, cuando
Miguel advirtió que algo se estaba moviendo fuera de la tienda. Decidió encender
la linterna pensando que sería alguna alimaña en busca de comida y esta se asustaría
al ver la luz. Pero cual fue su sorpresa cuando advirtió que dentro de la
tienda sólo quedaban Andrés y él. Entonces preguntó en voz alta si Jesús se
encontraba fuera, pero nadie respondió a su llamada. Ambos, ante la
incertidumbre, decidieron salir de la tienda para buscar a su amigo, pero
grande fue su sorpresa, cuando otearon en el horizonte, las nubes se habían
disipado y la tenue luz residual de la luna creciente que se ocultaba,
sombreaba sobre el Salto del Cabrero. Dos siluetas se adivinaban corriendo
hacia el mismo, una era la de un hombre, la otra parecía la de un macho cabrio.
Justo antes de alcanzar el precipicio, aquel ser astado aferró entre sus patas
al humano, un relámpago resplandeció por un instante. Miguel y Andrés fueron
corriendo hacia el Salto del Cabrero con sus linternas en mano. Cuando
llegaron, horrible fue su sorpresa, su amigo Jesús yacía muerto, semidesnudo. Un
pentáculo gravado a fuego podía verse en su pecho. Los dos estaban
aterrorizados y destrozados del dolor causado por la escena dantesca, cuando
una voz cavernosa retumbó como un eco en las montañas:
“El diablo
siempre se cobra sus deudas”
Escrito por Juan Carlos Tamayo
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