Este cuadro pertenece al
pintor holandés Albert Eckhout y representa la realidad indígena de Brasil.
Brasil
perteneció al Reino de Portugal a partir del tratado de Tordesillas (1494),
tratado por el cual se dividieron los territorios descubiertos en América entre
España y Portugal, con el fin de hacer un reparto de las zonas de navegación y
conquista del océano atlántico y del nuevo mundo descubierto mediante el
trazado de un meridiano, con el fin de evitar conflictos de intereses entre los
dos mencionados reinos.
Los holandeses tenían pretensiones comerciales para con
América por lo que aprovecharon la anexión de Portugal por parte de Felipe II
(1580-1640), para atacar a Portugal con la escusa de sus enfrentamientos con la
corona española, ya que esta pertenencia a dicho reino e instalándose en
diferentes zonas de lo que hoy sería Brasil, en la zona de Recife , en la Capitanía de Pernambuco
buscando las riquezas del cultivo de la caña de azúcar para la posterior
comercialización en la que se denominaba la Compañía de las Indias Orientales.
En 1637 con el gobierno del Conde Johan Maurits Van
Nassau-Siegun, llegaron a Brasil gran cantidad de artistas y científicos, con
la misión de registrar aquel nuevo mundo para el conocimiento de los
comerciantes holandeses que quisieran invertir en aquella tierra tan rica. Este
noble ilustrado y su iniciativa lograron registrar lo que era la realidad
brasileña de la época como es el cuadro que estamos analizando de la “Danza de
los Tapuyas”, realizada por Albert Eckhout, el cual permaneció en Pernambuco
desde 1637 hasta 1644 y al que podemos considerar el primer pintor europeo en
lanzar una mirada etnográfica a los nativos americanos.
No solo desembarcó Eckhout, sino que con él y bajo el
mandato del conde Nassau, también viajo Franz Jansz Post, suponiendo para este
joven pintor un cambio de horizontes, teniendo entre sus atribuciones, junto
con Eckhout, retratar en dibujos, grabados y pinturas los paisajes, ciudades y
hechos relevantes del gobierno holandés en este territorio tomado a los
portugueses, reduciéndose su producción a dieciocho obras que regresarían a
Europa con el retorno de Nassau en 1644, pero con anotaciones y croquis que le
serviría, para una vez retornado a Holanda, realizar aproximadamente unas
doscientas obras en su totalidad.
Podríamos establecer aspectos diferenciadores en las
pinturas de estos dos autores, mientras que Post se centraba más en el reflejo
de los paisajes y vistas de la tierra, lo que le valió galardón de creador del
paisaje americano, Eckhout se centró en sus habitantes, su fauna y su flora.
Los retratos realizados por Eckcout, como el que estamos
analizando de “La Danza
de los Tapuyas”, debemos entenderlos como la creación de fotos fijas, con su
grado de comparativas etnocéntricas, es decir, sus representaciones son
instantáneas planteadas con un grado de comparativa occidental, con toda la
carga de prejuicios que ese planteamiento conlleva, plasmaba lo que el creía
que estaba viendo no lo que esas culturas indígenas realmente podrían decir,
recordando que los procesos culturales no pueden tener una realidad
interpretativa relativa desde un observador exterior a esa cultura, porque al
no pertenecer a esa sociedad podría añadir un grado comparativo interpretativo
erróneo.
Los indígenas a los que representa en el cuadro son los
Tapuya o Tarairiu, pertenecientes al gran grupo de los Je, etnia mayoritaria
del Brasil oriental. Los tapuya son originarios de la zona denominada “Río
grande do Norte”.
En el cuadro podemos observar a los indígenas danzar sin
saber a ciencia cierta que tipo de danza realizan, quizás una ceremonia de
preparación para la guerra o algún tipo de festejo. Los Tapuya no solían
guerrear por posesiones materiales, mas bien tenían carácter espiritual, e
incluso el canibalismo que se les atribuía era consecuencia de estas guerras,
porque no devoraban a sus enemigos, sino todo lo contrario, devoraban a sus
propios guerreros lo que podría simbolizar una forma de antropofagia como
enterramiento, en cierto modo sus seres
queridos volvían a la vida en el cuerpo de sus familiares y amigos en forma de
alimentos.
En esa danza vemos cuerpos desnudos y vigorosos, con
adornos en su rostro y orejas confeccionados en madera, un medio primario y
alrededor del cuello, muñecas y tobillos, semillas ensartadas en sogas hechas
con hierbas, lo que podría simbolizar su unión con la naturaleza. También se
observa en los guerreros tocados en su cabeza hechos con plumas de guacamayo
rojo y los tocape que los indígenas sujetan así como las lanzas y sus prolongadores.
De estas armas la más singular era el tocape, una especie de maza realizada en
madera siendo uno de los extremos mayor que el otro. Esta danza con el movimiento
de las armas puede demostrar la ligereza de las mismas. Las mujeres no
participan en la danza, solamente parecen ser observadoras y llama la atención
que a ellas el autor si les tapa sus genitales.
Referente a la vegetación que aparece en la pintura, puede
observarse las palmeras que aparecen a la derecha, y justo encima de las dos
mujeres la rama de un árbol de Caju con sus frutas y hojas, del cual se sacan
los deliciosos anacardos. En cuanto a la fauna del cuadro, llama poderosamente
la atención el armadillo que figura en la parte inferior derecha, junto a las
mujeres, animal autóctono de Sudamérica, así como las plumas de los tocados
representa la existencia de guacamayos.
Debemos tener en cuenta que estos trabajos no se
consideraban solamente desde un punto de vista pictóricos sino que entraban a
formar parte de un cierto tipo de estatus histórico, ya que a través de ellos
los científicos de la vieja Europa hacían sus valoraciones y emitían teorías
sobre los descubrimientos, tanto humanos como de la fauna y la flora del
continente americano, uno de los mayores rasgos de la representación de la
realidad brasileña.
Como conclusión me gustaría decir que el carácter de esta
obra es representar parte de las costumbres de los Tapuya, centrándose en su humanidad
y en el sentido de comunidad. El propio Nassau, cuando le presentó los cuadros
a Luis XIV, le comentó que estas danzas relataban hechos heroicos de los
ancestros en la guerra, de tal manera que las canciones les servían de memoria
como a nosotros la historia.
Escrito por Juan Carlos Tamayo