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viernes, 21 de agosto de 2015

La expedición del Conde de La Perouse


Quizás el siglo XVIII sea definido como el siglo de las expediciones científicas, porque en ningún momento de la historia, los viajes han tenido un papel tan decisivo en el debate cultural y científico dentro del pensamiento humano.
            Seguramente la característica fundamental de los expedicionarios del siglo XVIII, fuese la preocupación por la curiosidad universal, característica que incita a recoger las informaciones más diversas de primera mano, dirigiendo su mirada hacia los espacios por descubrir y cuyos paisajes y organizaciones sociales constituyen un motivo de constante sorpresa y punto de partida para la reflexión de los grandes problemas intelectuales del siglo.
            Aunque la mayoría de estas expediciones tenían un carácter científico, la ciencia se convirtió a su vez en un instrumento de expansión imperial, entendiendo la recogida de este conocimiento como una herramienta de poder, aparte de la anexión territorial, porque estas expediciones tenían como objeto conocer los nuevos recursos naturales para explotarlos posteriormente de manera económica y enriquecer a los Estados que financiaban los viajes, pudiendo reseñar las monarquías española, rusa, francesa y británica.
            Bajo la Monarquía Española podemos destacar la expedición Malaespina, a cargo del viajero italiano Alejandro Malaespina a quién se le encargó reconocer el estado real de todas sus colonias (1789-1794).
            A su vez Rusia, como continuación de la expedición siberiana, se interesó por el Pacífico septentrional. Desde 1719 el Zar financió expediciones destinadas a conocer las islas y costas de Alaska para extender sus dominios y explotar las pieles de animales. La Corona Británica, por su parte, realizó expediciones con carácter estratégico y económico, que les permitieran conquistar territorios americanos desconocidos; por un lado Lord Byron que reconoció el litoral occidental de Norteamérica en busca de un paso hacía el Atlántico y James Cook, que siguiendo los pasos de su antecesor, también intentó buscar un paso interoceánico.
            Ahora vamos a centrarnos en las expediciones francesas, y en especial la expedición que realizó Jean Francois de Galaup, Conde de la Pérouse en 1785, que fue un marino y explorador francés nacido en 1741 en Brest, enrolándose en la marina en 1756, participando en la guerra de los siete años contra Inglaterra a lo largo de América del Norte. Después de varias campañas en la India a bordo del “Seine”, dónde conocería a su esposa, volvió a Francia en 1777, nombrándolo Teniente de Navío y recibió como recompensa la Cruz de San Luís. Tras un tiempo participó de nuevo en la guerra contra los británicos por la independencia de Estados Unidos y con 39 años de edad, se le nombró Capitán de Navío debido a su brillante trayectoria en esta guerra.
            Fue elegido por Luís XVI para dirigir una expedición alrededor del mundo, cuyo objetivo principal era explorar el Pacífico siguiendo las rutas de Cook y Bougeinville, a bordo de dos fragatas, “Astrolabe” y “Boussole”, que en castellano serían “Astrolabio” y “Brújula”, dos nombres muy sugerentes puesto que eran dos de los instrumentos mas importantes que habían revolucionado las artes de la navegación y permitieron los grandes descubrimientos geográficos de la era moderna.
            Entre los expedicionarios había un gran número de científicos, con numerosos objetivos; geográficos, botánicos, etnográficos, pero a la vez tenían un carácter político-económico, ya que se pretendía establecer bases francesas o de cooperación colonial con los españoles. La propuesta de exploración incluía el Pacífico Norte y el Pacífico Sur, incluyendo las costas de Extremo Oriente y Australia. La expedición zarpa de Brest en agosto de 1875 y tras su paso por las Islas Canarias se dirigió al sur para bordear el Cabo de Hornos dirigiéndose hacia Chile, realizando un informe sobre las colonias españolas. Entonces tomó rumbo a la Isla de Pascua a la que pertenece la primera lámina del trabajo, que serían la representación de los famosos Moáis. Zarpó hacía Alaska, pasando previamente por las islas de Hawaii. Estuvo en Monterrey donde visitó a las misiones católicas que allí se encontraban y elaboró un trabajo etnográfico, realizando unas notas críticas relativas al trato que los franciscanos proporcionaban a los nativos amerindios. Volvió a atravesar el pacífico hacia Macao, ya en Asia, de ahí a Manila y la costa Noreste de Asia, descubriendo las Islas Jeju-do. Visitó la península de Corea y la Isla de Sajalin (Rusia). Para en Hokkaido (Japón) donde sus habitantes le enseñaron un mapa que marcaba el paso al Atlántico, uno de sus principales objetivos, pero ante su frustración por no encontrarlo volvió a la península de Kamehatka en Rusia, recibiendo instrucciones para que realizara un informe sobre la colonización de Australia, hacia donde se dirigió haciendo escala en Samoa, lo que le costó, tras una reyerta, la vida de doce de sus hombres, entre los que se incluía al comandante del navío Astrolable. Navegó a continuación hacia Sidney, donde la colonia pertenecía ya a los británicos, e intentó aprovisionarse pero lo único que consiguió fue agua y madera.
            Decidió entregar entonces sus diarios y sus cartas para que estas pudiesen llegar a Europa, tal vez presintiendo lo que iba a ocurrir y fue la última vez que se vio a la expedición del Conde de la Perouse con vida, ya que misteriosamente desaparecieron en el verano de 1788 cuando se dirigían hacia el Pacífico Norte, sin poder cumplir la totalidad de todas sus investigaciones.
            Tras su desaparición se organizaron varias expediciones en su búsqueda. La primera de ellas será la comandada por D,Entrecasteaux, quien zarpó el 29 de septiembre de 1791, con dos buques con sugerentes nombres también, la “Recherche” ( la Búsqueda ) y la “Esperance” ( la Esperanza ), pero su final no fue acorde con sus significados, sino todo lo contrario, fue un completo desastre.
            Las siguientes expediciones serían en 1825. Por un lado el capitán irlandés Dillon, perteneciente a la Compañía de Indias, y por el otro lado el marino francés Dumont D,Urville a bordo del buque “Astrolabe”, cuyo nombre se le puso en memoria del barco de La Pérouse. Fue D,Urville quién en febrero de 1828 llega a la isla de Vanikoro encontrando los restos del naufragio de las embarcaciones de la expedición de La Pérouse, aquel naufragio que puso un trágico fin a estos valientes expedicionarios, aunque el rescate de los restos de la expedición se prolongaron hasta 1964.
            Dentro de la herencia de esta expedición, a nivel de publicación, podemos destacar la Biblioteca que lleva su nombre, la cual ofrece un fondo documental considerable, especializado en las disciplinas vinculadas con el conocimiento, el estudio y la exploración de los océanos.

            Para concluir me gustaría mencionar como curiosidad a los personajes que aparecen en el plano de La Pérouse, en el lado izquierdo se representa lo desconocido, lo salvaje, lo inhóspito, aquello que querían descubrir en su ansia de conocimiento, y del otro lado, el derecho, la vanguardia elitista de los descubridores, las mentes ilustradas que querían descubrir todo aquello que permanecía oculto en aquel mundo del siglo XVIII, cada vez con más deseos de intentar comprender.

Escrito por Juan Carlos Tamayo